Giovanny estuvo enganchado a la “dama blanca” entre los 16 y los 21
años, tiempo en el que sufrió tres sobredosis y cuatro intentos de
suicidio. Después de varios procesos fallidos de rehabilitación se
automedicó con cannabis, la planta que hoy lo tiene alejado de la
heroína, pero con un proceso penal en contra pues lo cogieron portando
una libra para uso personal y medicinal.
A los 16 años, Giovanny se tiraba 100.000 pesos diarios en “H”,
se chutaba media dosis antes de dormir y, encima del televisor de su
habitación, dejaba la otra mitad para inyectarse a las seis de la
mañana, apenas se despertaba. Sus papás lo echaron de la casa en donde
vivían en la Colina Campestre por un malentendido: lo cogieron con unos
porros que ni pensaba fumarse. Creían que su hijo consumía marihuana,
pero ignoraban que estaba metido en el infierno –como él lo describe- de
la heroína.
Alejado de su familia, se refugió en un cuarto en Chapinero con una
novia y allí estableció una rutina heroinómana: cada dos o tres horas se
metía hasta 10 miligramos, sin falta. Eso fue así mientras su dealer
de confianza le conseguía la sustancia, pero metieron preso al camello y
obtener la droga ya no era tan fácil. “Estaba todo el día jodido,
sudando frío, encalambrado, temblando y llorando, contando punticos de
heroína para un chute. Si no consumía, paila”, recuerda.
Pero Giovanny y su parche, un grupo de hasta 35 adictos, buscaron la
droga por todo Bogotá y la consiguieron en Fontibón. Una noche, un baile
más con “H”: alistaron jeringas, extendieron brazos y se inyectaron.
Pero algo salió mal, y al cabo de unos minutos, uno de sus amigos
convulsionó y no resistió, llegó muerto al hospital. Era una más de una
serie de muertes entre sus amigos consumidores. De ese parche, hoy solo
quedan vivos dos: él y otro tipo con el cual ya no tiene contacto.
“La vida no era otra sino consumir, y esperar la muerte. Pensaba que
morir de un chute era mejor que hacerlo mientras vivía la vida de mierda
que me tocaba”, recuerda. A esa edad, a los 16, Giovanny sufrió su
primera sobredosis, pero no sería la única: a los 18 tuvo otra, y la
experiencia se repitió a los 21. En ese lapso de tiempo, entre los 16 y
los 21 años, tuvo cuatro intentos de suicidio, estuvo expuesto a
sustancias como el Popper, el crack y la cocaína -la droga con la cual había empezado todo-, y abusó de anfetaminas y antidepresivos.
“No podía morir colgado de una aguja como los demás”, dice Giovanny.
Entonces buscó ayuda, pero en esas se dio cuenta de la dificultad para
encontrar tratamientos integrales, que le dieran una vida funcional. No
encontró soluciones verdaderas hasta que Leonardo, un amigo, fue
aceptado en un programa de rehabilitación y le contrabandeaba recetas
médicas para conseguir metadona y dos antidepresivos: trazodona y fluoxetina.
Leonardo murió después de chutarse su primera dosis después de salir de
rehabilitación, y Giovanny se puso a buscar desesperadamente metadona.
“Llamé a todas las droguerías de Bogotá, y en una
Olímpica me dijeron que nunca iba a conseguir en el mercado. Me dieron
un número y colgaron”, recuerda Giovanny. Llamó al número, teniendo
claro que si eso no funcionaba, no podría escapársele a la heroína.
Consiguió la metadona y empezó a tomar seis pastillas diarias. Después
de un año, la dosis era de media pastilla cada día de por medio.
La metadona se convirtió, parcialmente, en la solución para acabar
con el policonsumo pues mitigaba los efectos físicos que le había dejado
la adicción a la heroína, pero no lograba calmar su dependencia mental.
A la metadona le sumó, otra vez, antidepresivos. Mientras disminuía el
consumo de metadona, aumentaba el de antidepresivos, hasta el punto de
tomarse 30 pepas diarias. “A los seis meses de ese tratamiento estaba
vuelto mierda”, recuerda. Y ahí conoció la marihuana, con la cual empezó
a tratarse él mismo.
*
Hoy, a los 32 años, Giovanny vive en un apartamento en Chapinero con su novia. Mientras escucha Shine on your crazy diamond,
esa canción que Roger Waters le escribió a Syd Barret cuando el abuso
de LSD impidió que el guitarrista siguiera con Pink Floyd, inhala una
bocanada de vapor de marihuana. Sin rodeos, lo admite: “la planta me
salvó la vida, evitó que terminara en una tumba como todos mis amigos”.
Giovanny ahora tiene una fórmula médica firmada por la cirujana Paola Pineda Villegas,
especialista en derecho médico, en la que le indica un consumo diario
de 1.2 miligramos de resina de cannabis vaporizada que él mismo extrae, y
10 gramos diarios de flor de cannabis. Eso, palabras más palabras
menos, es un consumo diario de entre 25 y 30 gramos de marihuana,
contando los miligramos de resina. Algo así como fumarse 60 porros
diarios.
Su historia clínica, firmada también por esta médica, dice: “Desde
que [Giovanny] consume altas dosis de cannabis duerme bien, se alimenta
bien, recuperó la relación con la familia, tiene una relación estable de
pareja hace dos años, trabaja y hace deporte. No ha entrado en estado
de ansiedad y el estado de ánimo es estable”. También, se refiere a él
como “un paciente que tiene éxito terapéutico con la estrategia de
reducción de daño, que cambió heroína y cocaína por cannabis, sustancia
que contiene cannabinoides en su forma natural”.
( Solo el 1% de la marihuana que Giovanny consume es fumada ) |
En su vida, la marihuana es como el agua: siempre tiene que haber.
Para eso compra mensualmente grandes cantidades de marihuana, y también
autocultiva en la casa de sus papás, en la Colina Campestre, de donde lo
echaron. Su papá hoy usa cannabis para tratarse la diabetes, y su mamá
recurre a ella para tratarse la tensión alta. Lo hacen después de ver la
influencia positiva que la planta ha tenido en su hijo.
Giovanny vende vaporizadores que importa del extranjero. A pesar de
tener que consumir marihuana cada tres horas es un tipo funcional en sus
actividades diarias. Un dictamen médico del Hospital Infantil Universitario San José,
permite entender que si Giovanny no consume marihuana durante tres
horas puede llegar a sufrir de disautonomía provocada por el síndrome de
abstinencia, lo cual le genera episodios de ansiedad y afectación del
consentimiento.
Precisamente –cuenta Giovanny- una de las pocas veces que no consumió
durante tres horas fue el 10 de noviembre de 2014. Ese día, a dos
cuadras de la casa de sus papás, en un parque, la policía lo cogió
comprando 501.2 gramos de marihuana. Y empezó otro viacrucis que hoy le
tiene en vilo: se enfrenta a un cargo por el delito de tráfico,
fabricación o porte de estupefacientes. Como lo contempla el Código
Penal, esto le puede significar una pena de prisión de 128 a 360 meses, a
pesar de que el consumo de cannabis –como lo sostiene él- es exclusivo
para continuar con un proceso de rehabilitación.
En la primera audiencia que tuvo, Giovanny aceptó los cargos, se
declaró culpable del delito de tráfico, fabricación o porte de
estupefacientes. Dice que lo hizo desconociendo las consecuencias,
estando por fuera de sus facultades mentales pues se encontraba ansioso y
estresado después tras pasar más de tres horas sin consumir marihuana, y
habiendo sido mal asesorado por su primer abogado.
“Siento que mi futuro y todo lo que he construido está en riesgo. Yo
solo espero que se reconozca mi condición de paciente y que se me dé un
juicio justo. De lo contrario, si me condenan, lo único que ganan es un
preso más y supuestamente una Colombia más segura”, dice. Después de ser
mal asesorado, Giovanny buscó apoyo legal especializado, y lo encontró
en los abogados cannábicos de la Fundación Miguel Ángel Vargas (FUMAV), que cuenta con un consultorio jurídico llamado #CorresponsalPsiconauta.
“Para la justicia, la cantidad hace al criminal”, dicen desde el
#CorresponsalPsiconauta sobre este caso, en el cual primero intentarán
que les admitan el retracto de la aceptación de cargos que hizo Giovanny
en la primera audiencia, o jugársela por un juicio digno y probar la
relación sana que existe entre Giovanny y la cannabis. “Hay que conocer
el trasfondo y el contexto de los usuarios [de cannabis], en el que se
pueda demostrar que la cantidad no tiene por qué importar, sino que debe
existir un mínimo vital si es necesario”, explica el abogado, un
egresado de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario
que lleva el caso.
Uno de los precedentes para la defensa de Giovanny es el caso del soldado Yesid Alexander Arias Pinto,
al que cogieron el 27 de octubre de 2011 portando 50.2 gramos de
marihuana. En la sentencia que lo absolvió, la Corte Suprema de Justicia
estableció que "un criterio razonable, a fin de establecer la dosis
autorizada, es el de la necesidad de la persona, monto que resulta
compatible con la política criminal de carácter preventivo y
rehabilitador, acorde con la protección de la salud de la persona". Es
decir, la dosis personal permitida, si bien tiene un máximo legal de 20
gramos, debe ser la que la persona necesite, habiendo analizado el
comportamiento que tenga de consumo, y cuando sea únicamente para uso
personal.
Para los abogados de FUMAV debe prevalecer la salud de Giovanny, y su
situación puede convertirse en un hito que replantee la criminalización
excesiva que, en casos como este, todavía existe frente a los
consumidores de marihuana, algo que resulta inconsistente cuando al
tiempo se están abriendo las puertas legales para el uso de cannabis
medicinal. Para Giovanny, lo más paradójico de su historia es que en el
imaginario de muchos está que la marihuana es una droga que abre la
puerta a otras drogas más fuertes. Pero él lo vive al contrario: entró
por la puerta “grande” consumiendo directamente cocaína y heroína, y la
puerta de salida fue la marihuana.
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