No hay guerra justa, pero ninguna fue tan cruel y mezquina como la que unió a Argentina, Uruguay y Brasil contra Paraguay en 1865. |
Para el 16 de agosto de 1869, después
de 4 largos años de hostilidades, el ejército comandado por el mariscal
Francisco Solano López estaba liquidado. Las despiadadas ofensivas de la
Triple Alianza habían llevado al límite del exterminio a la población
masculina del país: más del 70 % de los hombres mayores de edad habían
perecido desde el inicio del conflicto (tal número habría de aumentar a
cerca del 90 % al final de la guerra), consolidando una catástrofe
humanitaria y demográfica sin precedentes.
El
escenario del siguiente enfrentamiento tendría lugar a orillas del
arroyo Yukyry, al oeste de Asunción, que caía a manos de los aliados.
Más de 20 mil hombres integraban las fuerzas de la Triple Alianza,
mientras que la mermada resistencia paraguaya se componía de poco menos
de 4 mil niños y un regimiento de 500 veteranos.
La
mesa estaba puesta para una masacre. Los paraguayos sabían que no había
opción: lo habían confirmado una y otra vez en distintos frentes en la
Campaña de las Cordilleras: las tropas brasileñas, obstinadas en llevar
la guerra hasta sus últimas consecuencias, avanzaron por Ybytymí y
Piribebuy, donde hicieron arder hospitales llenos, violaron a miles de
mujeres y degollaron a cientos de prisioneros y heridos por igual.
No había diplomacia, ni siquiera protocolos de guerra, sólo un
profundo desprecio por la vida y un odio fundado en intereses ajenos que
habría de recrudecer en el pueblo de Acosta Ñú. A pesar de que por un
instante hubo espacio para la épica, la valentía y el heroísmo que
guiaron a los infantes a medirse con un ejército profesional y
plenamente operativo, al final se impuso la cruda lógica del más fuerte,
del color de la sangre y del olor a muerte que inundaron los campos y
ríos de Paraguay frente a una campaña despiadada que se colgó como
objetivo destruir a su similar.
Una vez que terminó la desigual batalla, el conde D’Eu a cargo de
las tropas brasileñas dio la orden de prender fuego al campo de batalla.
Los cadáveres de miles de niños y ancianos se calcinaron en cuestión de
horas, mientras otros tantos heridos ardieron en carne viva hasta morir
consumidos por el incendio. Algunas madres se unieron desesperadamente a
la batalla y otras murieron calcinadas recogiendo los cadáveres de sus
hijos. La masacre estaba consumada, uno de los episodios más negros en
la historia de América Latina, motivado por intereses británicos pero
ejecutado por propios latinoamericanos.
El resultado de la guerra fue caótico: los 300 mil kilómetros de
territorio perdidos a manos de Brasil fueron la consecuencia menos
catastrófica para el país guaraní. La desaparición de la industria
nacional, del proyecto de desarrollo y de los ideales de libertad a
sangre y fuego a costa de más del 50 % de su población son heridas que
aún no cierran por completo en la sociedad paraguaya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario