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Cooke, aquel hombre llamado John | Por Eduardo L. Duhalde


Tenía nombre de pirata inglés: John William Cooke, pero en realidad, era un luchador nacional antiimperialista. Mas bien bajo, casi obeso, con un andar nervioso y acompasado, y un bigotito de villano de película, era lo opuesto a la imagen gardeliana. También era un hombre tierno, aunque quería parecer un duro. Le hubiera gustado ser, como Humphrey Bogart, pero en cambio, tenía un cálido aire chaplinesco.

John –“el Bebe” para su familia, “el Gordo”, para sus amigos- fue un valiente y le sobraron oportunidades para demostrarlo, pero era el antihéroe por antonomasia. Esta anécdota lo retrata: estaba prisionero de la “revolución libertadora” en la penitenciaría de la calle Las Heras, cuando en 1956 se produce el pronunciamiento de Valle. Por orden del general Quaranta es sacado de su celda y llevado frente a un pelotón de fusilamiento. Puesto contra el paredón, el oficial a cargo se mofa de él. John lo mira con desprecio en lo que cree es su último minuto, pero no dice ninguna frase grandilocuente para que recogiera la historia, ni grita “Viva la Revolución”. Simplemente le dice: “la puta que te parió”, y el simulacro de fusilamiento casi se convierte en realidad.

Lo conocí en noviembre de 1963 en el bar “El Récord” de Santa Fe y Pueyrredón, en Buenos Aires, donde nos había citado Rodolfo Ortega Peña. Acababa de llegar de La Habana y era ya una figura mítica para nosotros. Con emoción juvenil iba yo al encuentro, impresionado por su actuación combativa en el ’55, su fuga a Chile y luego como delegado de Perón, organizando la resistencia, sumado a las fotos que lo mostraban vistiendo el uniforme cubano. Y allí estaba, prendiendo un cigarrillo con otro, ensimismado en la lectura de “La Fija” y sobre la mesa, tres novelas policiales y una caja de mentas. No era un vendedor de imagen, era un antihéroe consecuente. Pero una hora le bastó para trazarnos un agudísimo cuadro de situación latinoamericana y argentina. Era un convencido y un apasionado, que amaba sensualmente la revolución, porque así era su forma de entender la vida, como un derroche generoso de su persona.


Alicia

Su gran amor fue Alicia Eguren, sensible poetisa y obstinada revolucionaria, elegante dama roja, versión criolla de Rosa Luxemburgo, motor de muchas de sus decisiones, que en 1976 no quiso partir al exilio –más por razones estéticas que éticas- y terminó sus días con mucha dignidad en manos de los sicarios de la ESMA. Alicia era la madre-amante de ese John, que en muchas cosas era un niño. Más de una vez decía “esto no se lo cuenten a Alicia”, o se encerraba tres días y tres noches en su escritorio bajo llave, para escribir de un tirón el memorable “Informe a las Bases”, para que ella no le convirtiera sus tesis.

Entre ambos existía una fina ternura, revestida de un juego intelectual. En 1956, le escribe a Alicia desde un penal de Ushuaia:

“Cuando Ud. Llegó a lo de Palacio, con su sombrero coronado de flores de durazno(¿o serían jazmines?) me dio la sensación de un bello junco a la espera del vendaval que lo abatiese inmisericorde. Ud. Me dirá, señora, que desde entonces han pasado diez anos y –¡ay!- muchos vendavales. No haga caso del almanaque, señora, que es una obra mesquina de los burócratas del tiempo. Son otros los equinoccios que rigen para nosotros. Yo le voy a contar la verdadera historia, la auténtica y real.”

“De lo de Palacios fuimos a su casa, y hablamos de presidentes depuestos y de políticos, en la penumbre propicia de un crepúsculo de primavera. Comimos “chez moi”. Ud. Leyó versos. Desde entonces su adorable sonrisa de conejo iluminó mis felices noches de conspirador en desgracia.”

“Ud. Señora, aprovechó para hacerme víctima de sus artimañas e insolencias: puso en duda mi indiscutido talento, mis virtudes para el mando y mi condición de jefe; creó serias dificultades a mi acercamiento con el sector femenino del Partido; y en suma, intentó tratarme como a otro de sus peleles. Ahora culmina sus desafueros apareciendo en mi celda, a las horas más intempestivas, para intranquilizar mi reposo y turbar mis pensamientos. (No crea que me quejo, señora: Ud. Sabe que nunca me quejo).” (…).

“Pero eso no impide que yo tenga el deseo de verla caminar y moverse cerca de mí, mientras su cara conejil se anima y profiere impertinencias, y los lugares van quedando contaminados con su coquetería insoportable.

“Ya ve, señora, qué humildes son mis anhelos. Venga a verme. La llamo apelando a los lazos indestructibles que unen a los conspiradores y a una relación de la cual lo menos que podrá decirse (en el peor de los casos) es aquella otra frase: questa é una piccola aventura; patética, milagrosa e quasi d’amore”.


Cooke

El joven Cooke

John se inició, políticamente en el radicalismo. Era un muchacho aún de pantalones cortos, que en los sectores más combativos de aquel partido popular perseguido y proscripto por la oligarquía, batallaba en su barrio y en el colegio secundario. La propia Alicia Eguren nos ha dejado una semblanza del Cooke de aquellos primeros años:

“En la Universidad de La Plata, ligado al grupo FORJA con la cabeza rota y las narices sangrando como activista dirigente de la FUA, como radical revolucionario, testimonia el inconformismo de una generación que se desencontró desgraciadamente con las masas obreras que forjaron el peronismo. Por madurez y sensibilidad política, más que por razones familiares, John opta bien, opta por esa experiencia inédita, contradictoria, fuera de los libros, de la clase obrera y un líder militar que plantea la lucha antiimperialista primero y plantea y practica después la incorporación real de la clase obrera a un gobierno popular de riquísima dinámica transformadora.”

“Cooke no se equivocó y no se equivocó con las masas. Su contacto con la problemática del nacionalismo no oligárquico, tremendamente combativo en la lucha por la recuperación del patrimonio nacional y su acercamiento diario a la lucha de la clase obrera, marcan las líneas fundamentales a través de las cuales desarrollará su pensamiento enriquecedor de la realidad que las masas están construyendo. Sus lecturas marxistas de joven activista universitario se llenan de urgencia y necesidades prácticas. La síntesis inicial es: tradición política popular, nacionalismo revolucionario y marxismo creador, antisocialdemócrata, antidogmático y antiburocrático. Síntesis difícil, pero fuente indudable del desarrollo revolucionario argentino y latinoamericano de las posteriores y actuales décadas, que se da con especial vigor, y desde el inicio, en ese muchacho que además, buscando las auténticas raíces de nuestro pasado comienza a estudiar historia argentina con los ojos del pueblo martirizado, olvidado, descubre la montonera, los caudillos, la oligarquía portuaria, la falacia del liberalismo de derecha o de izquierda, y habla en la Cámara, en el barrio o en la fábrica, desde un pasado que el hijo del gringo aprende a reivindicar al hermanarse en la lucha de clase con el cabecita negra”.


El Parlamento

A los 26 años, Cooke es elegido diputado peronista. Allí tuvo la oportunidad de mostrar su brillantez intelectual, su versatilidad cultural y también, su profunda sensibilidad popular. Sus discursos, siguen esperando el recopilador. En 1946, sorprende a la Cámara con un proyecto sostenido con una de las piezas oratorias más importantes que se hayan escuchado a lo largo de los años en el Congreso: la que fundamenta la ley de la represión de los monopolios. De Hilferding a Marx, muestra su profunda versación económica. Pero John no es un tecnócrata, es el discurso de un político que termina su intervención señalando:

“Pierre Colt dice que la política es el arte de prever y escoger entre dos males. Esta frase es a mi juicio exacta y golpea con toda su crudeza, porque nos hace perder el punto de vista, largo tiempo sustentado, de que podía haber un estado perfecto de convivencia universal, y plantea el problema en sus verdaderos términos.”

“Como he dicho, es un problema de proporciones que requiere equilibrio, serenidad, madurez, poder de control contra el encandilamiento de las soluciones fáciles en un momento en que todas estas condiciones parecen difíciles de encontrar en un mundo convulsionado al margen de la historia. Requiere superar planteos primarios, en momentos en que los hombres de todas las latitudes de la tierra buscan precisamente eso: planteos primarios.”

“El país, que estuvo al margen de la última guerra, pero no indiferente a ella, debe tener estas condiciones de serenidad, y debe aprovecharlas porque no ha sufrido como en otros países, en la lucha contra en nazismo y el fascismo, para procurar encontrar en sí mismo la lucidez necesaria para constituir una inspiración. Tiene que tenerlas para ofrecer un punto de referencia en la geografía mundial, a fin de que la humanidad sepa adónde dirigir sus miradas en un futuro cercano, y pueda apartar su vista del espectáculo de la propia ruina y del más deleznable todavía de grupos aparceros, que están pactando sobre el hambre y la miseria de los pueblos.”

“Para terminar, y empleando una metáfora, diría que aspiro a que la Argentina encuentre su camino en el planteamiento económico de los problemas, que encuentre su camino en la concepción democrática compatible con las modernas tendencias económicas y con los deseos de las masas oprimidas, para que, cuando las miradas del mundo se dirijan a ellas, estén cargadas con todas las valencias de sentido afectivo”.

Palabras para meditar a la hora de considerar nuestra actual deuda externa.

Como John, el parlamentario, seguía siendo hombre de pueblo, no es de extrañar que a la muerte de Homero Manzi, le rindiera homenaje en la Cámara de Diputados. Dirá evocando al autor del “Sur”:

“A la dignidad de la forma añadió la dignidad en el tema. El tango, la milonga se prestan para que se despenen por el terreno de lo vulgar –y a veces de lo innoble- quienes carecen de capacidad y vuelo. Manzi reaccionó contra ese tango desteñido y decadente, relato monocorde de derrotas sufridas por hombres planideros a manos de bellezas infieles. Expresó con clara fuerza poética todo lo que encierra de belleza la magia de este paisaje, que había cantado Carriego en tono menor, y que Borges esculpió en formas diamantinas que superan lo local para darle significación universal. En sus palabras se reflejó la visión fugaz y eterna de los atardeceres sombreando lentamente el sosiego de arrabales (…)”.


El profeta solitario

Sobre Cooke, quedan por escribir muchas miles de líneas: el que reacciona en los finales del segundo gobierno peronista con su revista “De Frente” ante un proceso que perdía su profundidad popular; el delegado resistente de Perón; el dirigente de las grandes huelgas del ’59; el teórica de la solidaridad latinoamericana; el formidable impulsor de todas las potencialidades liberadoras de nuestro pueblo.

De todo ese esfuerzo reivindicador, quedará como eje central de su discurso profético, la necesaria unidad de todos los argentinos en la lucha por la liberación. En momentos de la mayor soberbia peronista, advirtió que la liberación nacional y social debíamos hacerla entre todos, entre los hombres de todas las fuerzas políticas populares y que no estaría en esta tarea el peronismo burocrático y conciliador con los enemigos del pueblo, sólo aquellos que se alinearan junto a las bases del peronismo.

Al morir, temprana e inoportunamente el 19 de septiembre de 1968, donó sus órganos visuales, piel, etc., a quienes los necesitaran. Quiso quedar íntegro entre su pueblo. Por eso, otro amigo, Félix Cobo, dirá en su poema “John the Red”: “Uno vencedor de la Esfinge/ marchó desollado y ciego/ Hacia la entraña de la Historia/ su natural recinto./ Hay quien mira la aurora con sus ojos y otros visten su piel y no lo saben”.

MOISÉS, LEGISLADOR Y PROFETA

Fué hijo de Amram y de Jocabed, y nació 1571 años antes de Jesucristo.

Viendo el rey de Egipto que los hebreos se multiplicaban tanto y que llegarían á ser un pueblo temible por su número, dio un edicto por el cual disponía que fuesen arrojados al Nilo todos los niños varones que naciesen de madre israelita. Jocabed guardó á su Moisés, por espacio de tres meses, al cabo de los cuales tomó un cesto de juncos, lo empegó, metió al niño en él, y lo puso sobro las aguas del Nilo. Termulis, hija del rey, que se paseaba después por la orilla, viendo flotar el canastillo, mandó que lo sacasen, y prendada de la belleza del infante, quiso que se salvase, y lo hizo criar á sus expensas. Tres años después la misma princesa le adoptó por hijo suyo, lo llamó Moisés, que quiere decir «sacado de las aguas», y le hizo instruir en todas las ciencias de los egipcios; pero sus padres, á quienes había sido confiado por una feliz casualidad, se dedicaron con todo cuidado á enseñarle la religión y la historia de sus mayores.

Algunos historiadores cuentan muchas particularidades de la juventud de Moisés, que sin embargo no se apoyan en ninguna relación de la Escritura, á la cual nos limitaremos. Por esta sabemos, pues, que á la edad de cuarenta años salió de la corte de Faraón para ir á visitar á los de su nación, que la crueldad de sus dominadores agobiaba con excesivos y crueles tratamientos. Habiendo encontrado un día á un egipcio que maltrataba á un hebreo, le mató, suceso que, habiéndose hecho público, obligó á Moisés á dejar los estados de Faraón y refugiarse en el país de Madian, donde tomó por esposa á Séfora, hija del sacerdote Jetró, de la cual tuvo dos hijos, Gersam y Eliezer. Por espacio de cuarenta años el que había de ser libertador de Israel estuvo apacentando en aquel país los ganados de su suegro, hasta que un día, conduciendo las ovejas á lo interior del desierto, en la montaña de Horeb se le apareció el Señor en medio de una zarza que ardía sin consumirse, y le mandó que fuese á romper el yugo de sus hermanos, visión que se halla explicada de una manera llena de interés é instrucción en los capítulos tres y cuatro del libro del Éxodo.

Moisés se resistió al principio, pretextando su inutilidad y el poco crédito que se daría á sus palabras; pero Dios venció esta resistencia por medio de dos prodigios. Juntándose, pues, él y su hermano Aarón, marcharon á la corte, y presentándose á Faraón le intimaron que Dios le mandaba permitiese á los hebreos ir al desierto á ofrecerle sacrificios, pero el impío monarca se burló de aquella orden y redobló la crueldad con que trataba ya á los israelitas. Los dos enviados de Dios se volvieron; pero presentándose luego por segunda vez, se esforzaron en persuadir á Faraón, seducido por los encantamientos de sus magos, á los cuáles confundieron por medio de algunos portentos. El obstinado príncipe atrajo con su ceguera espantosas calamidades sobre su reino, de las cuales la décima y última fué la muerte de los primogénitos de Egipto, que en una sola noche fueron todos muertos por el ángel exterminador, desde el primogénito del mismo rey Faraón hasta el primogénito del último de los esclavos y animales.


Semejante catástrofe ablandó por un momento el corazón endurecido del monarca, que dio permiso á los israelitas para marcharse donde querían. En virtud de esta orden salieron los hebreos de Egipto el día 15 del mes de Nisan, desde cuyo día empezó en adelante á contar los años el pueblo escogido en memoria del recobro de su libertad. Cuando salieron de Ramesses eran en número de seiscientos mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, llevando consigo innumerable número de ovejas y ganados mayores y bestias de diversos géneros. Apenas hablan llegado los hebreos á la orilla del mar Rojo, Faraón y los suyos, arrepentidos de haberles dejado salir de Egipto, corrieron detrás de ellos con un ejército poderoso; pero Moisés extendió su vara sobre el mar, las aguas se dividieron, los israelitas pasaron al otro lado á pié enjuto, y los egipcios que quisieron seguirlos, quedaron envueltos y ahogados entre las olas que habían tornado á su estado natural por medio de un fuerte viento que el Señor había hecho soplar. Ni uno solo quedó con vida del ejército de Faraón: el Egipto quedó asolado y humillado con aquel terrible suceso, y Moisés desde el otro lado del mar, entonó aquel admirable y célebre cántico de acción de gracias que empieza:Cantemus Domino, y que se halla en el capítulo quince del citado libro del Éxodo.

Desde entonces caminó el pueblo hebreo por el desierto en paz y libertad, y dirigiéndose hacia el monte Sinaí, llegó á Mará donde no encontrando más que aguas amargas, Moisés las endulzó por un prodigio para que se hiciesen potables. En Rapludim, que fué la décima sexta jornada, faltó el agua; pero el divino libertador la hizo salir de una roca de Horeb golpeándola con su vara. El Señor se indignó en aquella ocasión contra Moisés, por la especie de desconfianza ó falta de fé que había mostrado, golpeando dos veces seguidas la roca y empleando la milagrosa vara, en lugar de mandar sencillamente que saliese el agua conformo ó la orden que se lo había dado. Entonces y en aquel mismo sitio llegaron los amalecitas para pelear contra Israel, y mientras Josué los rechazaba y los vencía, Moisés, colocado en la eminencia de un collado, tenía las manos levantadas al cielo y se las sostenían Aarón y Hur. Los amalecitas quedaron completamente derrotados, y los hebreos siguiendo su camino, llegaron por fin á la falda del monte Sinaí el día tercero del noveno mes después de su salida de Egipto. Moisés subió á la cumbre, y en medio de rayos y truenos recibió la ley que había de dar al pueblo y concluyó la famosa alianza entre el Señor y los hijos de Israel.

Mientras esto pasaba en la montaña, aquel pueblo desagradecido que se entregaba á la murmuración con tanta frecuencia, pidió á Aarón un Dios visible, y fabricó el becerro de oro al cual erigió un altar. Cuando Moisés bajó de la montaña con las tablas de la ley, y vio á los israelitas entregados á tan infame idolatría, se llenó de justo horror, rompió las tablas de la ley, y mandó pasar á cuchillo veinte y tres mil de los prevaricadores. Después subió otra vez á la montaña, y habiendo alcanzado el perdón de Dios para su pueblo, trajo otras dos tablas como las primeras, en las cuales estaba escrita la ley. Cuando bajó esta vez, la cara de Moisés despecha rayos de luz tan viva, que el pueblo no podía mirarlo y fué preciso que se cubriese con un velo. Empezó entonces á fabricar el tabernáculo según el diseño que el mismo Dios le había indicado, hizo su dedicación, consagró á su hermano Aarón y á sus hijos para ser sus sacerdotes y destinó á los levitas para su servicio. Escribió asimismo todo lo concerniente al culto divino y al gobierno político del pueblo; y después de haber arreglado todas estas cosas, condujo los israelitas á los confines del país de Canaan al pié del monte Nebo. Entonces lo mandó el Señor que subiese á la cúspide de esta misma montaña, desde donde le mostró la tierra prometida en la cual no podría entrar. Efectivamente, Moisés murió allí á la edad de ciento y veinte años, el 1451 antes de Jesucristo, dejando á su pueblo y á los siglos futuros de todo el universo la idea de un hombre extraordinariamente favorecido de Dios y conducido por sus caminos, de un genio elevado y vasto, y de un legislador ilustrado y profundo. Moisés es incontestablemente el autor de los cinco primeros libros del antiguo Testamento, conocidos con el nombro de Pentateuco, que los judíos y todas las Iglesias cristianas han reconocido por inspirados. La iglesia católica le ha colocado entre sus santos y celebra en este día su memoria.