Fué hijo de Amram y de Jocabed, y nació 1571 años antes de Jesucristo. |
Viendo el rey de Egipto que los hebreos se multiplicaban tanto y que llegarían á ser un pueblo temible por su número, dio un edicto por el cual disponía que fuesen arrojados al Nilo todos los niños varones que naciesen de madre israelita. Jocabed guardó á su Moisés, por espacio de tres meses, al cabo de los cuales tomó un cesto de juncos, lo empegó, metió al niño en él, y lo puso sobro las aguas del Nilo. Termulis, hija del rey, que se paseaba después por la orilla, viendo flotar el canastillo, mandó que lo sacasen, y prendada de la belleza del infante, quiso que se salvase, y lo hizo criar á sus expensas. Tres años después la misma princesa le adoptó por hijo suyo, lo llamó Moisés, que quiere decir «sacado de las aguas», y le hizo instruir en todas las ciencias de los egipcios; pero sus padres, á quienes había sido confiado por una feliz casualidad, se dedicaron con todo cuidado á enseñarle la religión y la historia de sus mayores.
Algunos historiadores cuentan muchas particularidades de la juventud
de Moisés, que sin embargo no se apoyan en ninguna relación de la
Escritura, á la cual nos limitaremos. Por esta sabemos, pues, que á la
edad de cuarenta años salió de la corte de Faraón para ir á visitar á
los de su nación, que la crueldad de sus dominadores agobiaba con
excesivos y crueles tratamientos. Habiendo encontrado un día á un
egipcio que maltrataba á un hebreo, le mató, suceso que, habiéndose
hecho público, obligó á Moisés á dejar los estados de Faraón y
refugiarse en el país de Madian, donde tomó por esposa á Séfora, hija
del sacerdote Jetró, de la cual tuvo dos hijos, Gersam y Eliezer. Por
espacio de cuarenta años el que había de ser libertador de Israel estuvo
apacentando en aquel país los ganados de su suegro, hasta que un día,
conduciendo las ovejas á lo interior del desierto, en la montaña de
Horeb se le apareció el Señor en medio de una zarza que ardía sin
consumirse, y le mandó que fuese á romper el yugo de sus hermanos,
visión que se halla explicada de una manera llena de interés é
instrucción en los capítulos tres y cuatro del libro del Éxodo.
Moisés se resistió al principio, pretextando su inutilidad y el poco crédito que se daría á sus
palabras; pero Dios venció esta resistencia por medio de dos prodigios.
Juntándose, pues, él y su hermano Aarón, marcharon á la corte, y
presentándose á Faraón le intimaron que Dios le mandaba permitiese á los
hebreos ir al desierto á ofrecerle sacrificios, pero el impío monarca
se burló de aquella orden y redobló la crueldad con que trataba ya á los
israelitas. Los dos enviados de Dios se volvieron; pero presentándose
luego por segunda vez, se esforzaron en persuadir á Faraón, seducido por
los encantamientos de sus magos, á los cuáles confundieron por medio de
algunos portentos. El obstinado príncipe atrajo con su ceguera
espantosas calamidades sobre su reino, de las cuales la décima y última
fué la muerte de los primogénitos de Egipto, que en una sola noche
fueron todos muertos por el ángel exterminador, desde el primogénito del
mismo rey Faraón hasta el primogénito del último de los esclavos y
animales.
Semejante catástrofe ablandó por un momento el corazón endurecido del
monarca, que dio permiso á los israelitas para marcharse donde querían.
En virtud de esta orden salieron los hebreos de Egipto el día 15 del
mes de Nisan, desde cuyo día empezó en adelante á contar los años el
pueblo escogido en memoria del recobro de su libertad. Cuando salieron
de Ramesses eran en número de seiscientos mil hombres, sin contar las
mujeres y los niños, llevando consigo innumerable número de ovejas y
ganados mayores y bestias de diversos géneros. Apenas hablan llegado los
hebreos á la orilla del mar Rojo, Faraón y los suyos, arrepentidos de
haberles dejado salir de Egipto, corrieron detrás de ellos con un
ejército poderoso; pero Moisés extendió su vara sobre el mar, las aguas
se dividieron, los israelitas pasaron al otro lado á pié enjuto, y los
egipcios que quisieron seguirlos, quedaron envueltos y ahogados entre
las olas que habían tornado á su estado natural por medio de un fuerte
viento que el Señor había hecho soplar. Ni uno solo quedó con vida del
ejército de Faraón: el Egipto quedó asolado y humillado con aquel
terrible suceso, y Moisés desde el otro lado del mar, entonó aquel
admirable y célebre cántico de acción de gracias que empieza:Cantemus Domino, y que se halla en el capítulo quince del citado libro del Éxodo.
Desde entonces caminó el pueblo hebreo por el desierto en paz y
libertad, y dirigiéndose hacia el monte Sinaí, llegó á Mará donde no
encontrando más que aguas amargas, Moisés las endulzó por un prodigio
para que se hiciesen potables. En Rapludim, que fué la décima sexta
jornada, faltó el agua; pero el divino libertador la hizo salir de una
roca de Horeb golpeándola con su vara. El Señor se indignó en aquella
ocasión contra Moisés, por la especie de desconfianza ó falta de fé que
había mostrado, golpeando dos veces seguidas la roca y empleando la
milagrosa vara, en lugar de mandar sencillamente que saliese el agua
conformo ó la orden que se lo había dado. Entonces y en aquel mismo
sitio llegaron los amalecitas para pelear contra Israel, y mientras
Josué los rechazaba y los vencía, Moisés, colocado en la eminencia de un
collado, tenía las manos levantadas al cielo y se las sostenían Aarón y
Hur. Los amalecitas quedaron completamente derrotados, y los hebreos
siguiendo su camino, llegaron por fin á la falda del monte Sinaí el día
tercero del noveno mes después de su salida de Egipto. Moisés subió á la
cumbre, y en medio de rayos y truenos recibió la ley que había de dar
al pueblo y concluyó la famosa alianza entre el Señor y los hijos de
Israel.
Mientras esto pasaba en la montaña, aquel pueblo desagradecido que se
entregaba á la murmuración con tanta frecuencia, pidió á Aarón un Dios
visible, y fabricó el becerro de oro al cual erigió un altar. Cuando
Moisés bajó de la montaña con las tablas de la ley, y vio á los
israelitas entregados á tan infame idolatría, se llenó de justo horror,
rompió las tablas de la ley, y mandó pasar á cuchillo veinte y tres mil
de los prevaricadores. Después subió otra vez á la montaña, y habiendo
alcanzado el perdón de Dios para su pueblo, trajo otras dos tablas como
las primeras, en las cuales estaba escrita la ley. Cuando bajó esta vez,
la cara de Moisés despecha rayos de luz tan viva, que el pueblo no
podía mirarlo y fué preciso que se cubriese con un velo. Empezó entonces
á fabricar el tabernáculo según el diseño que el mismo Dios le había
indicado, hizo su dedicación, consagró á su hermano Aarón y á sus hijos
para ser sus sacerdotes y destinó á los levitas para su servicio.
Escribió asimismo todo lo concerniente al culto divino y al gobierno
político del pueblo; y después de haber arreglado todas estas cosas,
condujo los israelitas á los confines del país de Canaan al pié del
monte Nebo. Entonces lo mandó el Señor que subiese á la cúspide de esta
misma montaña, desde donde le mostró la tierra prometida en la cual no
podría entrar. Efectivamente, Moisés murió allí á la edad de ciento y
veinte años, el 1451 antes de Jesucristo, dejando á su pueblo y á los
siglos futuros de todo el universo la idea de un hombre
extraordinariamente favorecido de Dios y conducido por sus caminos, de
un genio elevado y vasto, y de un legislador ilustrado y profundo.
Moisés es incontestablemente el autor de los cinco primeros libros del
antiguo Testamento, conocidos con el nombro de Pentateuco, que
los judíos y todas las Iglesias cristianas han reconocido por
inspirados. La iglesia católica le ha colocado entre sus santos y
celebra en este día su memoria.
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